Hace ya años que me mudé del centro de la ciudad. Vivir en el centro tiene sus ventajas, pero también sus hándicaps. Realmente no me arrepiento de haberme mudado porque creo que fue una etapa que se cerró, pero es verdad también que ocasiones echo de menos esos lugares y, por eso, a veces bajo para echar un ojo. El otro día llevé por primera vez al niño a conocer la ‘primera casa de los papás’.
Y una de las cosas que noto que por suerte no ha cambiado tanto es en relación a las tiendas de barrio. La llamada gentrificación siempre ha sido una amenaza para esas zonas de la ciudad, pero parece que el barrio ‘se resiste’ a convertirse en un lugar solo para privilegiados. Algunas tiendas de siempre permanecen y otras nuevas han abierto.
Me llamó mucho la atención que siguiera abierta una tienda de confección que siempre me había parecido muy original. Fue allí donde mi mujer compraba pasamaneria para cortinas. Es muy aficionada a la decoración y a los trabajos manuales y allí encontró mucha ayuda y consejo. Recuerdo que la tienda era regentada por una señora ya mayor, pero con mucho desparpajo.
No voy a mentir si digo que yo nunca había tenido mucho interés en estas cosas, pero acompañando a mi mujer a esta tienda al final le cogí cariño y aprendí bastantes cosas. Como cualquier otra afición, resulta muy agradable escuchar a gente que tiene esa pasión por algo, da igual que sea la música, el cine, el fútbol… o la pasamanería para cortinas. Pero a diferencia de lo anterior, esta afición se presenta como algo casi ‘en peligro de extinción’.
Por eso cada vez que volvíamos a la tienda, decíamos medio en broma medio en serio que tal vez esa vez fuese la última: cualquier día, la mujer cerraría la tienda. Pero no fue así, todo lo contrario. Cuando bajamos por última vez, descubrimos que la tienda era regentada por la hija de la señora que por fin se había jubilado, pero había dejado su negocio en muy buenas manos.