Ser autónomo tiene sus ventajas e inconvenientes. Cuando eres autónomo intentas ver solo las ventajas, como tener tu propio horario, no tener jefe y todas esas cosas que se suelen decir. Pero llega un momento en el que los inconvenientes pueden llegar a cansar. Para mí lo peor era empezar de cero cada mes, siempre fue una presión que me llegó a hastiar. Todos los meses la piedra volvía a bajar y había que subirla a la cima otra vez.
Así que cuando me enteré de una oferta por un viejo cliente valoré presentarme. Sabía que de lograr el puesto perdería esa libertad que se tiene siendo autónomo, pero a cambio ganaría el ‘calor’ de estar en una empresa en la que no tienes que tirar del carro individualmente, de que el peso de esa piedra no recaiga solo sobre tus propios hombros.
Y me cogieron y acepté. Y me sentí divinamente las primeras semanas. No sentí para nada que había perdido mi libertad. Y algunas ventajas de volver a ser un asalariado hasta me hacían sonreír, como tener a mi disposición material de oficina para empresas. Si me faltaba cualquier cosa solo tenía que pedirlo, tan sencillo como eso. Antes, por supuesto, todos los gastos eran para mí y debía guardar las facturas para desgravar y todo ese tipo de cosas.
¡Claro! La fiscalidad del autónomo, otra cosa de la que me libraba. Porque yo siempre quise hacerlo todo yo mismo, al principio para ahorrar y después yo creo que ya por masoquismo. Como nunca se me dieron bien los números me dije que esto lo iba a hacer yo mismo y demostrar al profe de mate de mi colegio, que en paz descanse, que los suspensos eran inmerecidos. Y así me llegaron varios avisos de Hacienda…
Mientras pido una nueva colección de material de oficina para empresas en mi nuevo trabajo me río de todas estas aventuras de mi época de autónomo, aunque supongo que cuando mi jefa me llame al despacho por primera vez, se me quitará la sonrisa en un suspiro.