La adopción del cuarzo y la apuesta por diseños cada vez más vanguardistas marcaron los años setenta en el mundo de la relojería, con una competencia feroz entre las marcas japonesas y suizas de telón de fondo. Dos de las palabras más repetidas en aquellos años fueron sport chic, y quizá el tissot prx fue el modelo que mejor las representó.

La firma suiza sorprendió con un diseño moderno y vintage a un mismo tiempo. Su diseño mantenía las líneas «clásicas», incorporando el cuarzo como novedad en un sector que seguía anclado en el acero inoxidable. Las siglas PR de su nombre hacen referencia a precise («preciso») y robust («resistente»), mientras que la X alude a las 10 atmósferas de profundidad que soporta bajo el agua.

Pero Tissot no fue la única marca que dejó su huella en la década de los setenta. Piaget lanzó su primer Polo en esta época, equipado con un movimiento con menos de dos milímetros de grosor y un brazalete especialmente ergonómico. Su acabado desprendía elegancia y sofisticación, sin renunciar al dinamismo de los relojes deportivos. Con diferencia, una de sus señas de identidad fue su elaboración íntegra en oro.

Patek Philippe, por su parte, introdujo el primero de sus Nautilus, célebre por su bisel octogonal de vértices redondeados, basados en la novela 20,000 leguas de viaje submarino de Julio Verne. Estaba fabricado en acero inoxidable, y su demanda creció rápidamente por sus líneas refinadas y deportivas.

Otro icono de la relojería setentera fue el Autavia de Tag Heuer. Incluso en la actualidad, su estilo retro y cool sigue despertando interés entre las nuevas generaciones. Está inspirado en el instrumental y los controles de las aeronaves de la época.

El Royal Oak de Audemars Piguet también fue presentado en sociedad por aquellos años. Su estética acerada y octogonal son «hijas» de su generación, pero su esfera decorada con tapisserie lo diferencian de sus competidores.