El carcinoma de recto es un tipo de cáncer que se produce en la zona del recto y que se incluye dentro de lo que se ha dado en llamar cáncer colorrectal. Su origen no está claro, se sabe que como todos los cánceres se produce por una mutación en el ADN de ciertas células, pero se desconoce el motivo que causa dicha mutación. En algunos casos, se sabe que existe una predisposición genética y es posible detectarla, aunque tener dicha predisposición no quiere decir que se tenga que llegar a padecer el cáncer necesariamente.

El diagnóstico del cancer rectal se realiza mediante una exploración de la zona que puede llevarse a cabo de diferentes maneras, según considere el especialista médico. La realización de una biopsia será lo que nos diga si el cáncer existe. Una vez que se tiene confirmada la existencia del tumor hay que realizar más pruebas exploratorias para saber el alcance de este y el estadio en el que se encuentra el cáncer ya que todo esto será lo que lleve al médico a elaborar el protocolo de tratamiento.

El tratamiento para un carcinoma de recto puede ser más o menos invasivo según el avance de la enfermedad. En algunos casos se puede realizar una pequeña intervención para eliminar el tumor a la vez que se lleva a cabo un tratamiento de radioterapia o de quimioterapia. En otros casos, si el tumor está avanzado o hay mucho riesgo, puede ser necesaria una colectomía que puede implicar la extirpación de todo el recto, del recto y el ano o también de parte del colon. Esta operación supone que el paciente tendrá que convivir con una bolsa de colectomía el resto de su vida.

En otros casos, también se implanta una de estas bolsas mientras se lleva a cabo el tratamiento, pero una vez que se termina con éxito se puede retirar y el paciente consigue recuperar totalmente sus funciones, consiguiendo mantener el control del esfínter. En esta caso, no es lleva a cabo más que una extirpación parcial del recto, por lo que el ano continúa estando en su lugar. Por supuesto, el paciente tendrá que someterse a chequeos cada cierto tiempo para comprobar que todo está bien y que no se ha producido una metástasis. Estos chequeos son habituales en cualquier enfermo que haya tenido un cáncer y previenen la aparición de nuevos tumores por sorpresa.