Trepat, chardonnay, garnacha o monastrell son algunas de las variedades de uva que intervienen en el champán rosado. Este vino espumoso, desarrollado por Maison Ruinart en el siglo dieciocho, se distingue por su sabor dulce, fresco y afrutado. En rosados como la sociedad champagne se emplea sobre todo la pinot noir, una cepa originaria del viñedo borgoñón, apreciada por su elegancia y complejidad aromática.
La mayor parte de los champanes rosados —resultado de combinar uvas tintas y blancas— incluyen la uva pinot noir en su fórmula. Con todo, es una cepa de cultivo arduo y problemática vinificación, bastante susceptible a enfermedades.
La chardonnay también está presente en algunos de los mejores champanes rosados. De acidez media, sabor a manzana y un toque tropical (exclusivo de la cultivada en California), esta uva borgoñesa presume de ser una de las más famosas del mundo, expresando como pocas la esencia del terruño y aportando a los champanes un toque especial.
Entre las uvas tintas más empleadas en el champán rosado, destaca la trepat. Esta cepa autóctona de la Cuenca de Barberá proporciona un gusto fresco, especiado y ligero al espumoso, con aromas intensos. Dispone de Denominación de Origen Conca de Barberà, y sus cultivos son tolerantes al moho gris y otros patógenos que afectan a la Vitis vinifera.
Ingrediente estrella de numerosos tintos y rosados, la garnacha es una uva francesa cuya fama internacional le ha valido diversos nombres (lledoner en Cataluña, cannonau en Cerdeña, etcétera). Su rasgo distintivo es el dulzor que aporta a cualquier espumoso, consecuencia del altísimo contenido en azúcar de estas uvas.
Otra vinífera tinta, base de multitud de champanes rosados, es la monastrell, probablemente la uva tinta más popular del Levante español, aunque también se cultiva en Francia, Australia o California. Los matices a zarzamora y ciruela forman parte de su sabor, intenso, potente y especiado, con un punto de vainilla que la caracteriza.