Siempre he pensado que el salón no se decora, se vive. Es el espacio donde se acumulan las conversaciones importantes, las tardes de descanso y los pequeños rituales diarios que dan forma a una casa. Por eso, cuando empiezo a pensar en cómo transformarlo, no parto de tendencias pasajeras, sino de sensaciones. En esa búsqueda aparece pronto la idea de muebles de salón Fene, no como una etiqueta comercial, sino como una referencia a piezas pensadas para durar, adaptarse y acompañar la vida real sin exigir cuidados imposibles.

El reto es distinto según el tamaño del espacio, pero el objetivo es el mismo. En salones pequeños, cada elección cuenta el doble. Un mueble bien proporcionado puede liberar visualmente la estancia, hacerla parecer más amplia y ordenada sin perder capacidad de almacenaje. Me gusta trabajar con líneas limpias, materiales nobles y acabados que reflejen la luz de forma suave. La madera natural, por ejemplo, sigue siendo una apuesta segura porque envejece bien y aporta calidez sin esfuerzo, incluso en espacios reducidos.

En salones amplios, el planteamiento cambia, pero no la filosofía. Aquí el diseño debe ayudar a estructurar el espacio, a crear zonas diferenciadas sin levantar muros. Un mueble bajo bien elegido puede servir de eje visual, mientras que módulos más altos aportan presencia sin resultar pesados si se combinan con colores equilibrados. La clave está en no llenar por llenar, sino en dejar respirar el espacio para que resulte acogedor y funcional al mismo tiempo.

Las tendencias actuales apuntan hacia una mezcla inteligente entre lo contemporáneo y lo atemporal. Materiales duraderos, como maderas macizas o tableros de alta calidad, conviven con detalles modernos en metal o cristal. No se trata de seguir modas efímeras, sino de elegir piezas que dentro de diez años sigan teniendo sentido. El salón agradece esa coherencia, porque es el lugar donde más tiempo pasamos y donde el desgaste se nota antes.

Crear un ambiente acogedor va mucho más allá de colocar muebles bonitos. Tiene que ver con cómo interactúan entre sí, con la luz natural y con el uso diario. Un mueble bien diseñado no solo se mira, se utiliza con placer. Cajones que se deslizan sin ruido, superficies resistentes al uso continuo y proporciones pensadas para convivir con sofás, mesas y elementos decorativos sin competir entre ellos.

Hay algo muy gratificante en entrar en un salón y sentir que todo encaja. Que no hay nada de más, pero tampoco nada que falte. Esa sensación se construye con decisiones meditadas, con piezas que no buscan llamar la atención de forma agresiva, sino integrarse en la vida cotidiana. El diseño actual, cuando está bien entendido, no es frío ni distante, sino cercano y cómodo.

A menudo olvidamos que el salón evoluciona con nosotros. Cambian las rutinas, llegan nuevas personas, se van otras, y el espacio debe adaptarse sin necesidad de reinventarlo por completo cada pocos años. Por eso, apostar por muebles versátiles, bien fabricados y con un diseño honesto es una forma de cuidar la casa a largo plazo, creando un lugar donde siempre apetezca volver y quedarse un rato más, incluso cuando el día ha sido largo y lo único que se busca es un poco de calma doméstica.